NOSOTROS
LA URGENCIA DE LA REVOLUCIÓN DEL SISTEMA EDUCATIVO
TRANSFORMANDO LA EDUCACIÓN
Desde hace décadas se habla en Colombia y en el mundo de la importancia de hacer una transformación profunda del sistema educativo, ya que este fue creado bajo la estructura de la fábrica en el nacimiento de la era industrial, con el propósito de proveer al mercado una masa de trabajadores obediente y sumisa. Sin embargo, en la actualidad, los cambios que se hacen en las instituciones educativas son, fundamentalmente, la incorporación de elementos tecnológicos y algunos métodos pedagógicos novedosos, pero poco se avanza en hacer una revisión profunda del sentido mismo de la educación, de sus fines y objetivos en la nueva era.
De cualquier forma, la sociedad no detiene su marcha y la realidad nos impone un nuevo orden laboral. En la era del conocimiento, las empresas irán reemplazando los trabajos que sean repetitivos por programas de computador, máquinas o robots. En cambio, se valorarán cada vez más las ideas originales, el pensamiento crítico, el manejo de la tecnología, el tener una actitud propositiva, así como la capacidad de trabajar en equipo para resolver problemas complejos, entre otras habilidades.
Al mismo tiempo, un sistema económico basado en el consumo y el interés particular está provocando, por lo menos, cuatro fenómenos trascendentales que también requieren una urgente reflexión: el primero es la manera como nos relacionamos con el medio ambiente. El cambio climático producto de la contaminación, la deforestación, el maltrato animal y el agotamiento de los recursos naturales son problemáticas que no dan espera. Si no aprendemos a producir y a manejar los desechos de una manera responsable y sostenible, nos veremos enfrentados a unas condiciones de vida tan adversas que podrán llevar, incluso, a la extinción de la nuestra, entre muchas otras especies.
En segundo lugar, la falta de oportunidades genera una desigualdad económica tal que, mientras un puñado de magnates acaparan una riqueza desproporcionada, millones de personas no cuentan aún con los recursos básicos como agua potable, energía eléctrica, redes y equipos para acceder al ciberespacio e, incluso hoy, alimentos básicos y un techo digno. Vivimos en un mundo dominado por tres tipos de agentes perversos: un estado gobernado por políticos predominantemente corruptos o desentendidos de las necesidades de la población; un sistema financiero que promueve un nivel de endeudamiento asfixiante; y las corporaciones, empresas todopoderosas que aprovechan su poder a través de los medios de comunicación para influir sobre las decisiones autónomas de los individuos.
En tercer lugar, en nuestro país hay una realidad muy difícil de comprender, asumir y resolver. La violencia que impera en los territorios abandonados por el estado, en los que mandan los actores de un conflicto con más de 60 años, que ha dejado más de doscientos cincuenta mil muertos, ochenta mil desaparecidos y casi 8 millones de desplazados, según cifras del CNMH, lo que nos hace, sin duda, uno de los países más violentos del mundo y cuyas principales víctimas son líderes y liderezas sociales, indígenas, afrodescendientes, jóvenes, ambientalistas, campesinos y excombatientes, cuyo dolor no parece conmover al resto de la sociedad.
Por último, una desconexión muy profunda con el ser interior. Nadie nos ha enseñado cómo gestionar nuestras emociones, cómo sobrellevar un desamor, cómo resolver la sensación de vacío que implica la existencia humana sin un propósito trascendente. O, lo que es peor, un enorme contingente de distractores ocupan ese espacio generando una sensación de desintegración tan dolorosa como sutil. Ya sea volcándonos hacia los videojuegos, al alcohol, al cigarrillo, a las drogas lícitas o ilícitas, a las compras compulsivas, a los alimentos altamente procesados, a las series de televisión, a los videos en el celular… En fin. Son tantos los estímulos que tenemos a nuestro alrededor que nos separan de nosotros mismos, que nos hacen creer que la felicidad está en lo que tenemos, no en lo que somos.
Debemos recuperar las relaciones familiares donde primen el amor y el respeto. También las instituciones que sirvan a los intereses sociales más que a los económicos.
Y debemos promover un nuevo sistema educativo que haga una lectura adecuada de los cambios que estamos atravesando. De lo contrario, los agudos problemas de nuestra sociedad se seguirán perpetuando, con consecuencias lamentables.
Sin duda, es la educación la más poderosa herramienta de transformación social y humana. Mas no la escuela tradicional basada en el aprendizaje de contenidos académicos descontextualizados para resolver evaluaciones inocuas, plagada de tareas estériles para ocupar el tiempo de nuestros niñxs y jóvenes. Es la escuela consciente el camino hacia una necesaria formación de seres humanos más compasivos a la vez que menos competitivos; mejor informados y por ende menos desentendidos; más tolerantes, y con ello menos agresivos; más humanos y entonces menos depredadores.
Decía el teólogo y filósofo español Ignacio Ellacuría que el fin de la educación no debía limitarse solamente a observar la realidad para entenderla, sino para transformarla. Pero bien sabemos que toda transformación debe partir del encuentro con nuestro interior.